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Soberano de mis días domingos,
portero de las madrugadas en las que no duermo; propietario de mis horas a.m.
Pan batido de los desayunos que no tomaba hasta su arribo. Invisible de lo
cotidiano, empresario de las sorpresas y mis risas, de mi atención, del asombro
y el oído a sus historias, a lo mucho que sabe, a todo lo que me enseña.
Amigo indispensable del abrazo
que le negaron otros, mismo que le doy con una soltura que se ha ganado sin yo
darme cuenta; a pulso de su aire de tranquilidad paternal, su olor a hora de sueño, y
su beso en la frente.
Mis ocho contra sus ochenta, su
bolso pesado lleno de trabajo al lado de mi mochila llena de chacharachas.-
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