miércoles, 6 de febrero de 2013

prefacio.-


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Mi abuelo tiene alzheimer  y lo más probable es que en los genes que me cedió venga el regalito de la juventud forzada y a ratos indigna, degenerativa y lastimosa- aunque una vez leí que la dignidad reside en la mente y no en lo tangible; era un texto de un hombre judío, médico creo que era, estaba en un campo de concentración alemán, pelaba papas todos los días, le sacaban la mugre a palos a pito de nada, no lo alimentaban, dormía un par de horas e insistían en mojarlo durante las horas de sueño, en su caso, de pernoctación. El asunto es que este jamás dejó de ser un médico, jamás dejó de sentirse superior a sus castigadores, gozaba y practicaba la soberbia, tal cual lo hacía en sus días de traje y corbata, escalpelo y bisturíes – el por qué menciono esto, es porque mi tata a ratos sigue siendo el hombre altanero y fachoso que conocí a los cuatro años, nadie le ha robado su dignidad, ni siquiera cuando no controla lo básico, como sus idílicas idas al baño. Ahora, por qué yo hago esto. Por qué no quiero que se me olviden ellos, no quiero que se me olvide nada.
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