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Mi abuelo tiene alzheimer y lo
más probable es que en los genes que me cedió venga el regalito de la juventud
forzada y a ratos indigna, degenerativa y lastimosa- aunque una vez leí que la
dignidad reside en la mente y no en lo tangible; era un texto de un hombre
judío, médico creo que era, estaba en un campo de concentración alemán, pelaba
papas todos los días, le sacaban la mugre a palos a pito de nada, no lo
alimentaban, dormía un par de horas e insistían en mojarlo durante las horas de
sueño, en su caso, de pernoctación. El asunto es que este jamás dejó de ser un
médico, jamás dejó de sentirse superior a sus castigadores, gozaba y practicaba
la soberbia, tal cual lo hacía en sus días de traje y corbata, escalpelo y
bisturíes – el por qué menciono esto, es porque mi tata a ratos sigue siendo el
hombre altanero y fachoso que conocí a los cuatro años, nadie le ha robado su
dignidad, ni siquiera cuando no controla lo básico, como sus idílicas idas al
baño. Ahora, por qué yo hago esto. Por qué no quiero que se me olviden ellos,
no quiero que se me olvide nada.
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