Él está preso en libertades ajenas, cuando fue espontáneo en
encierros de mutuo acuerdo. ÉL ató sus manos con cadenas viejas oxidadas,
cuando alguna vez corrió desnudo en un espacio reducido a un corazón. ÉL calló
sus silencios eternos, para reducirlos a palabras apiñadas, la una tras la otra
en frases que no logra comprender. Él regala abrazos llenos de puñaladas por la
espalda, cuando supo de besos y manos que le daban una vida en su honor.
ÉL corrió tan rápido que dejó atrás a la sombra que no quiso
soltar la mano de ella. Él ha corrido hasta el día de hoy, donde al voltearse
ya no la ve, y tiene el espacio para despreciarla, por hacerlo libre, por darle
las palabras, por darle la tierra donde pone sus pies, más que nada, por
quitarle sus abrazos, donde no necesitaba puñaladas para defenderse, ni
palabras para desconfiar.
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