martes, 11 de agosto de 2009

viaje. . . en micro

Fue todos los días igual, y no lo noté hasta que a mi lado nadie se sentó. El camino avanzaba y canté sola, cuando me emocioné nadie recibió mi golpe inmaduro, menos la expresión de burla infantil.

Cuando tuve sueño no me regañaste, no me sentí mal ni ofendida por el reto que busque en cada cara cercana pero desconocida, sólo dormí y nadie me detuvo, hasta que el vidrio que golpeo mi cabeza me anuncio que no había nadie a mi lado, más un asiento vacío y la música que aun sonaba a lo lejos. Había que bajarse, y empinarse hacia el timbre era la meta casi insuperable que se aproximaba. Esa no era mi parte del viaje, era tu turno, te toca a ti porque yo no alcanzo.

Y ya en la calle, mi abrigo fue al suelo, porque Dios sabe lo torpe que me hizo como para sostener todo en las gigantescas manos que tengo. Mi abrigo fue al suelo porque no lo sostuviste y se ensucio por tu culpa.

Nunca fue tan larga la cuadra del paradero a mi casa, creo que el silencio no me deja ir más rápido, pero de vez en tanto te hablo y aunque no contestes, yo sé que estas ahí, y sé que me acompañas.

Así entro a este lugar, que tiene un olor muy singular, tan único y especial, olor a tranquilidad, a abrigo y a risas, olor a casa.

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