martes, 31 de diciembre de 2013

cosas que sé

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Él llora, canta, le sudan las manos, y le arden las orejas al calor. Tiene una rebeldía que solo se le refleja en los cabellos, y lunares que aun pudo ubicar a ojos cerrados. Ronca en las mañanas y después de almuerzo. Él las cuenta con los dedos de las manos, a todas ellas, incluso a mí. Ama el olor a pasto, carga el olor a casa, pero odia el verde en el plato, y saca la carne del mío. Él ahuyenta a los perros salvajes, bueno no tan salvajes, pero ahuyenta a los perros de la calle que tanto me dan miedo; él es el compañero de mi boleto de la micro a eso de las 20 horas, cuando el oscuro de la noche me incomoda las hormonas, él sabe y cede condescendiente mi asiento favorito. ÉL duerme, a la hora de las siestas que no compartí nunca más, el come con ganas, con las que yo no tengo y en las que pongo esfuerzo; y cuando el empeño le llega al rostro, el rosado de las mejillas lo hacen único. ÉL conoce mi rutina y la aprendió solo. Me escribía cartas a mano alzada y una vez me llamó imprescindible; yo no creía en la veracidad de esa palabra, ni sabía para qué mierda existía, hasta que él la mencionó, y años más tarde, hasta en su más grande rencor, la sustentó en ofensas que han vuelto real mi desesperación. Yo rimaba, aun lo hago, a veces, cuando resulta, y otras cuando lo amerita. Yo escribía. Dejé de hacerlo cuando entendí que él no existe, que es otro más de mis inventos para poder seguir y tener algo que contar. La mentira más grande en la que creí, el mejor personaje del que escribí. Es como las pepas del tomate que no me comí, como el almohadón sin el que no puede dormir.-
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