Saben por qué la gente como yo no
envejece, porqué a los 27 me veo de 17 o quizás menos; saben cómo me pude saltar diez años que al ojo mundano
parecen como si hubiese dado un salto que no duró más de un par de segundos,
saben cómo. Yo cargo angustia, hay otros que cargan angustias, yo sólo cargo
una, pero es suficiente como para una piel lozana, cabellos largos y
brillantes, pies de niña y manos que al mirarlas parecen que no han tocado
nada.
La gente como yo, no envejece,
porque estancó su vida en un segundo y no dejó que nada de lo que pasaba la
marcara, ni con cicatrices, menos con arrugas; mis arrugas van dentro, mis
heridas sangran a diario y no expelen sangre. Mi cansancio, ya es tanto, que me
permite correr con un constante dolor en el pecho, dándome esa inquietud del
último respiro, pero se torna burlesco al permitirme otro día más.
Yo no le permito a la vida ponerme
expresión en el rostro, no le dejo lugar al recuerdo de anécdotas que dejen
algo que contar, yo me quedé en los 21, porque mi historia pende del día en que
lo conocí, y con esa cara y ese cuerpo me quedé, para esperarlo, quererlo,
amarlo, sin que note a su regreso, el paso del tiempo, porque mi tiempo no
pasa, pesa.
Yo me veo joven desde ese día,
pero de acercarse bien, verá que en la oscuridad de mis ojeras tengo años,
arrugas, heridas y cansancio que cuentan lo que yo no hago, en las palabras que
me cuestan a diario.-
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No fui la más bonita, no fui la
legal, menos la principal. Tampoco la última, menos la primera, la del gran
apellido, la de la gran billetera, ciertamente no fui la más bella; era la de
las mañanas cualquieras, la de la puerta cuando el frío aquejaba afuera, la de
la hora de once, la del pan, la de los huevos al desayuno, la que no tenía
futuro; la de las manos, las risas, la de lágrimas y prisas, la que se fue sin
avisar; fui la que no se despidió, la que mintió, la que lloró, pero por sobre
todo, fui la que no se maquilló, no se peinó, no se vistió, sólo te amó.-
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