En una avenida donde los pasos van apresurados chocando entre sí.
Te vi en movimiento y la sonrisa se apoderó de ti, fue a medio día entrado la tarde y las nubes grises adornaban el marco de la ventana que te amparaba. Yo te recuerdo con esa imagen y te agradezco dejarla así; medio de lado, distorsionado, así como tú. Siempre despeinado!
Lo que tenga que decir, lo haré cuando me toqué. Cuando la vida misma lo disponga, porque bien sabes que no tengo coraje y no tengo varias cosas más como para apresurar mi turno, es ahora donde te confieso vergonzosa venir anhelándolo desde hace tiempo.
Es en este minuto donde me detengo a inclinar la cabeza ante tu valentía. De saber un claro por qué, un minuto preciso y un respiro hondo que permanecerá en mi mente turbada. Cuando me corresponda tocaré tu puerta dorada y al verme sonreirás como siempre, como sólo sabes hacerlo tú en la oscuridad. Abre despacito porque allá arriba no seré bienvenida, tú me dejas entrar un ratito, lo justo para darte un abrazo y preguntar las mismas tonteras de siempre.
Por el momento me quedo con el Quintay que siempre estará ahí, contigo sentado en una roca, con el vino encima, con las frases más taradas y acertadas que proporcionaron una alegría palpitante en mí; con mis miedos, con mis dieciocho, tus veinte algo y las personas que nos hacían felices.
Si me permites te doy las gracias por los abrazos inesperados en las calles de un puerto que siempre será tuyo. También te doy las gracias por la bonita imagen que proyectabas en los ojos de cuanta mujer te admiraba, porque Dios te hiso justicia con eso de la belleza, debía decírtelo sin sonrojarme, debía decírtelo para que supieras el por qué los ángeles hoy arroparan a sus mujeres aladas, porque llegaste tú y ellas deben estar descontroladas.
Ahora sólo espero mi lugar, donde llegue el día en que pueda verte y ofrecerte las pertinentes disculpas por la ingratitud, por los minutos infinitos de distancias absurdas y los silencios eternos donde me hice presente. Por el llanto insistente ante la incredulidad y más que nada te ofrezco perdones por la rabia de saberme tan precaria donde mereciste tanto más de lo que di.
Tu nariz de pintada de rojo, payaso loco, loco lindo, lindo hasta en las mañanas del verano más agraciado de mi historia. Donde fuiste testigo de mi paso firme, de ser una infante alegre a una mujer loca de lágrimas graciosas.
Nos vemos huacho de las sonrisas, de los abrazos apretados. Nos vemos en la micro, en la calle, donde tú estimes conveniente, esta vez aseguro llegar con un vino, con una playa, con tu roca cuadrada y los rubios que nos quitaron los sueños.
Nos vemos luego, espero.
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La tristeza se lleva por dentro y con valor. La tristeza nos abandonó con tus colores llamativos dejando amor
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