lunes, 16 de agosto de 2010

Siempre hermosa

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Sabías que apareciste cuando la bondad de la infancia me iba abandonando silencioso el corazón y los pensamientos. Que cada Navidad te sentaste junto a mí a rasgar papeles de colores y dar secundaria importancia al contenido. Y más de una vez a mi lado compartiste comidas que francamente odiábamos.
Las últimas vacaciones felices que recuerdo de una familia que te considera un miembro más que escencial y un par de fotografías que recuerdan que tiempo pasado siempre fue mejor. Yo y mis shorts, siempre floreados, siempre alegres, tú y las gafas que posabas para la imagen que hoy miro a un costado de mi dormitorio.
Serás de un recuerdo eterno y asumo que jamás vi este día cercano, solo tu ausencia se notará cuando pase el perro negro por la puerta y nadie lo salude. Quizas yo le mueva una mano y él a sabiendas de la ocación se retirará lento, sin expresión, como siempre.
Que te vaya bien allá donde podrás correr sin que yo vaya jadeante tras tuyo. Donde los años sean eternos, no apresurados como los que marcan tu posición de animal. Mientras tanto, aca yo siempre correré tras de ti, en el campo que no visitamos más nunca, yo a mis nueve y tu a tus dos, aunque claro, ya eran catorce. Hoy bastante más de los que yo llegaré a soportar.
De a poco te dormiste y supongo que yo también lo hago.
Y si somos sinceras, nunca fuiste muy rápida, más bien cómoda y antipática, pero bien te aprendí, y aunque te fallé hace poco me he puesto al día, haciendo del silencio nuestro mejor atributo.
Si bien nunca articulamos palabra alguna tú sabes todo y atenta escuchaste risas, llantos y dilemas, te debo algo más que las zanahorias que tanto te agradan, la palma en tu cabeza estirada y la gratitud de una amistad que no defraudó, incluso cuando me fui lejos a otros campos donde corría sola.

Nos vemos Valentina, por ahí, donde haya muchos pastos y tu tengas dos y yo nueve.

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