Evidencia, te demuestra tan inversa, que provocas la ausencia y encausas la molestia. Como el raciocinio de un niño, más no el tino de tus delirios al momento de afrontar un sentimiento afligido.
Siempre podemos elegir, está en cada uno seguir con la opción más febril. Está en ti morir y en mi vivir, lo que te negaste a inferir. Ahora mueve esas piernas, que tus pies no son para caminar, se hicieron para avanzar en la carrera de nunca acabar, y agita esas manos que son demasiado para estallar en un desenfado, que mejor las usas para explorar los costados de una figura hecha a tu tacto.
Tan singular, tan especial, que ya no te soporto, y mejor te escondo donde nadie te pueda alcanzar. Y me divierto en el egoísmo de saberte mío y de nadie más.
Porque resultamos todos tan agraviantes, desafiantes y emocionantes, que el más simple es dueño del contraste y produce expectación, no así el que conlleva moderación en el arte de ser un mero peón.
Todo sale de la ocurrencia y en la real ausencia de poder efectuarlo, más no sé, si verdaderamente somos espontáneos, que mejor que actuar en el desmesuro y en el segundo donde no se cuestiona lo futuro.
Ya deja de lado al mundo, y sé, lo que quieras ser, pero a tu gusto. Vuélvete especial, no un mortal racional, que no sabe más que ordenar y acatar.
La mente usa las manos como mensajeras a cuanta frontera no se atreve a cruzar. No basta con escribirlo, antes, hay que reproducirlo y así poder trasmitirlo. Porque es el impacto de la situación o la propia impresión de personas con fervor, lo que terminó por demostrar que no hay mejor ejercicio que el de disfrutar y dar emoción a momentos que no tienen retribución.
Debería estar en algo en este momento, pero... no quiero.